Se nos negó en algún punto de la historia reciente, el derecho a morir y a poder despedir a quienes perdemos.
Mejor dicho, se dolarizó el derecho al adiós.
El servicio de velar a un familiar, en la Argentina, arranca en un piso de $1.500 dólares.
Lo que equivale a decirnos: «ustedes, los pobres, no pueden despedir a sus muertos».
Una burla que grita que si queremos llorar, paguemos.
DESDE LA ALTITUD A LA VERDAD
Hay ciertas teorías, con todos sus teóricos que profesan el último adiós como algo innecesario; que es un ejercicio penoso para un cuerpo que ya no tiene alma ni nada de aquello que lo representaba y lo acercaba a uno. Y es verdad.
Para el cuerpo, pero NO PARA EL RESTO.
Antes de atacar el negociado que juega con el dolor, primero hay que erradicar ese discurso de jolgorio dicho siempre desde la comodidad de una biblioteca ordenada, un café de por medio, y un ambiente calefaccionado.
En la calle, en el barrio, en la penuria de la mayoría de cada vida, es un acto necesario. Justificable hasta lo máximo que la palabra pueda describir y explicar. Saquemos de la ecuación, claro, a los viejos y viejas pelotudas que hacen, de un entierro y un velorio, un juego de chismerios.
El velatorio y el entierro, es algo fundamental en la vida de cada persona humilde para poder despedirse, y la justificación es muy sencilla: solo tenemos personas.
Al hecho de terror de perder a un ser querido, debemos agregar, además, el espejo de la vergüenza, las maldiciones autoprovocadas por «inútiles» al no poder hacer nada con el hecho de tener unos pocos pesos en nuestro bolsillo. No es suficiente la impotencia de la muerte, sino que debemos cargar también con la bronca de no poder cubrir los costos de un servicio velatorio mínimo.
Una última congoja, un beso en la frente, el abrazo con cada uno que llega a intentar llevarse parte de esa carga que genera la pérdida irreparable. Todo nos es negado, porque para alguien esto fue un negocio, es un negocio, que además, evita gastos al Estado.
Es una muestra más de la perversión del libre mercado: hay que tener plata, hasta para morirnos.
ANTES, ANTES…
En nuestro país, se podía velar a un familiar en nuestro propio domicilio. Sin tener que salir a cubrir el costo de ningún servicio, sin tener que hacer pública, como humillación, el pedido de limosna para poder pagar el servicio, sin quedar expuestos ante la sociedad, como castigo, al tener que declarar: no sirvo para nada (el goce allí es excesivo por parte del mercado). Sin tener que pasar de ser dolientes, a convertirnos en un individuo o familia que es juzgada por no tener.
Brotaba entonces, con los velatorios en los domicilios, un presupuesto que año a año se hacía más elevado, lo que equivale a decir que, dejaba en evidencia la falta de recursos para tal logística. Ambulancias y personal disponible.
Es decir, el traslado del cuerpo en las condiciones correctas al domicilio, y luego al cementerio correspondiente, era y es un gasto para el estado. Al infiltrarse «lo privado» dentro de estas formas, el estado, además de ahorrarse esos costos, dejaba de recibir críticas que no podían responderse.
Pero también entró en juego toda una tecnología en relación al féretro, (excusas inventadas por un mercado enfermo y obsesivo). Tales tecnologías recaen en los materiales necesarios para la construcción del cajón, el tipo de material, la correcta preservación del mismo con los años, los permisos necesarios, etc. Todo un listado de estándares que solo hacen una cosa: justificar el negocio y el precio. Siempre que hay una norma, el precio se sube, más, si es algo tan fundamental de brindar a la sociedad: un espacio adecuado para sus muertos. ¿Y los pobres? Bueno, no se puede pensar en eso al hacer un negocio, al poner un precio esa es la regla inviolable.
Así, el estado vió un camino en el cual podía dejar de sangrar dinero (porque los pobres no solo nos reproducimos de mas para ellos, sino que también nos morimos más) y a su vez, implementar un sistema de verificación y calidad, agregando burocracia a la cuestión, maniobra común para justificar la existencia del mismo, y también, un sector fructífero al cual cobrarles impuestos, como a cualquier otra empresa o comercio.
UN PASO MÁS
Pareciera que cada vez podemos hacer menos ante el hecho de la deshumanización completa.
Porque no podemos quejarnos ante el libre mercado. El estado dice:
¿Pero cómo vamos a prohibir un tipo de negocio? Eso sería ir en contra de los valores de la libertad. Por supuesto, siempre hay que agregar que esa libertad que se prolifera, siempre viene acompañada de dinero, de mucho dinero.
El Estado impotente solo sirve para juzgarnos y atarnos las manos. Para que impotentes mantengamos el status quo que la economía dicte.
Incluso, ante la propia muerte.
Por eso, siempre la queja y la lucha, en todos los niveles, será la única solución. Aún, al costo de tener que pelear contra los mismos ciudadanos que defienden, ciegos y tontos, lo establecido.
Hace unos años, en Venado Tuerto, el municipio cubría la totalidad, o de forma parcial, el servicio (mínimo aunque sea). Pero, amparados bajo ese gran y bello bastión de, lo que corresponde según los mandamientos del dinero, tal ayuda dejó de existir.
Un aplauso, a los vecinos que tiene que dibujar la O con un vaso, mientras sonríen al pagar su propia muerte. Orgullosos y dignos.
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