Vos SOS esclavo. No importa qué digas: SOS ESCLAVO, Y YO SOY ESCLAVO. Y lo serán también tus hijos, como ya lo fueron tus padres.
Es un problema ser esclavo y no poder quitarse la venda de los ojos. Muchas cosas justifican la cruz de agachar la cabeza por un par de pesos.
Tristemente, hay más familias que amos, y los niños tienen que comer. Veo la familia —su concepción clásica— como una cárcel, algo subjetivo, que lleva a convertirte en la mula perfecta. En una prostituta adicta.
Por supuesto, si no tuviéramos ningún respeto por los «amos del tiempo», el mundo probablemente fuera de las familias y no de «ellos».
Bienvenida, bienvenido, a las caras ocultas.
Voto por golpear, al menos una vez en la vida, a nuestro patrón de turno. Y si no podés golpearlo, humillalo psicológica y verbalmente. Hacelo saber que su sueño vale tanto como nuestra mierda.
Trabajé de desarrollador de software, fui técnico de PC, ayudante de electricista, repartidor, hice pantalones en una procesadora, di cursos de programación, tatué un puñado de pieles, fui dibujante de paredes, hice pastelitos para vender, vendí casas, administré una constructora, fui oficial electricista, volví a vender casas, puse una empresa de limpieza, mandé a la mierda a los clientes, anduve de delivery tres años, abrí un taller de reparación de celulares, fui encargado de electrónica y electromecánica, insulté al jefe de taller, emprendí de nuevo, vino la policía y se llevó todo.
Ahora escribo, hasta morir de hambre.
En todos los trabajos, sobre todo bajo patrón, vi tres tipos de personas:
- Los machos cabizbajos.
- Los alcahuetes inservibles.
- Siempre, el patrón explotador.
Pienso: ¿hasta dónde un hombre o una mujer pueden aguantar el maltrato, ya sea esporádico o diario?
También pienso cómo es que una persona común y corriente, pobre como uno, puede mandar a un compañero a la hoguera por un aplauso o un visto bueno. Y si esa persona educa hijos para actuar igual de miserable.
Por supuesto, en mis pensamientos también están los patrones, los jefes. (Con uno todo terminó en golpes y comisaría).
NINGUNO ES COMO EN CASA
Muchos hombres con los que compartí horario laboral, también tuve la suerte de compartir reuniones y asados. Sabés, muchos eran tipos duros, de esos que nunca le faltan el respeto a nadie, pero que tampoco se lo podés faltar a ellos.
Recuerdo un caso específico, cuando trabajaba en un taller de camiones. El encargado del área de mecánica tenía un trabajo extra los fines de semana: hacía de seguridad en un boliche. Lo conocido como “patovica”. No tenía mucha altura, pero el tipo estaba cuadrado. Cuando iba a su casa y veía la relación entre él y sus hijos, o entre él y su esposa, y cómo reaccionaban a las anécdotas que él contaba, noté que ese hombre era un héroe. Su familia estaba feliz, maravillada.
Muchas veces también vi su dureza de carácter para plantarse en situaciones jodidas o peligrosas.
Ahora, una vez que entrábamos al galpón, marcábamos tarjeta y empezaba la jornada… toda esa dureza de carácter y física se evaporaba.
El primer día que arranqué a trabajar allí, el jefe de taller vino a hablarme enojado, y se fue más caliente aún. No habían pasado tres horas y yo ya quería enterrarle una llave en la cabeza. No lo sabía en ese momento, pero en todo taller mecánico se habla mal, se jetonea; es parte de la jerga. Sin embargo, muchas veces esa “jerga” se rompía, y los insultos y el maltrato iban en serio.
Entonces veía a este tipo rudo que describí antes, agachar la cabeza, cerrar la boca y aguantar todo. Imaginate una persona con la cual no podríamos pelear ni dos minutos, porque nos mata en ese plazo. Un tipo así, totalmente entregado, mirándose los pies mientras un escuálido vestido de oficina lo humilla impunemente… es imposible que no se te rompa el corazón. Por él primero, y luego por lo indefensos que estamos frente al hambre o a su posibilidad.
LOS ALCAHUETES
Toda aquella persona que trabaja diez años o más en un proyecto que no es propio no sirve absolutamente para nada. Ya no tiene alma, o jamás la tuvo.
Me he topado con varios de ese tipo. Muchos repiten frases como:
- Yo por el patrón pongo las manos en el fuego.
- Al patrón le debo todo. Hay que cuidarlo.
Etc. Etc. Etc.
También he notado que se pelean por ver quién fue el último en hablar con el jefe, y cuánto habló. Por supuesto, si el argumento de la charla es importante, más valor tiene dentro del país de los lamebolas:
- Ayer hablé con Pedro (el jefe). Sí, estuvimos hablando largo rato —se regocija.
- A mí me llamó esta mañana —dice otro que no quiere ser menos.
- A mí me dijo que hoy pase por su casa —sentencia el ganador, para envidia de los otros.
No entiendo la manía de querer estar con el jefe. De acompañarlo en los viajes, de ir a elegir un auto para la jefa. Cuando el objetivo es cumplir todos los deseos de quien manda, en vez de hacer simplemente tu tarea, el hombre se transforma en un cornudo. Un cornudo consciente. Como ese tipo que la mujer lo engaña y ella misma le deja todas las migas, ya sea por torpeza o a propósito… y el tipo no lo ve. Un boludo de monumento.
—Hace nueve años que trabajo acá, estoy muy agradecido —me dijo uno, sacando chapa.
Le hice ver que, mientras él maneja una motocicleta 110 sin plásticos y hecha mierda porque no puede mantenerla, el jefe cambia su auto importado todos los años. Por supuesto, no me entendió.
Jamás podré entender por qué una persona pobre manda al frente a otra persona pobre.
¿Para qué? ¿Para seguir siendo pobre?
Cuando uno está trabajando, el único objetivo es el cuello del patrón.
Y hay que erradicar eso de que “no hay amigos en el trabajo”.
Esa es la mayor victoria de ellos.
A LAS MANOS
El encargado general nos citó a todos en el depósito. Estaban las cuadrillas, el ingeniero, el arquitecto, los choferes y el dueño de la empresa. Mi rol era el de oficial electricista, el único de la empresa. Me tocaba hacer ese servicio en todas las obras.
Trabajé dos años y les comí la cabeza a todos mis compañeros. Tanto que, cuando me fui, todos ganaban más que si trabajaran en la línea de producción de la famosa fábrica de motos de nuestra ciudad.
Comenzó la reunión y el dueño se puso a mi derecha. Me odiaba tanto como yo a él. Sospeché que habría problemas al ponerse tan cerca. Empezó a hablar, diciendo que la economía estaba difícil, que había averiguado y que nuestros sueldos eran muy altos. Nadie hablaba. Siguió con más bla bla bla. Nadie decía nada.
Semanas antes me había enterado de que un compañero le contaba todo lo que yo decía o planeaba. El dueño seguía hablando. Todos estaban callados. Hasta que exploté.
Sentí un grito a modo de reclamo al lado mío. Giré la cabeza y vi venir una piña. El cuerpo la esquivó solo, de forma inconsciente. Luego, una patada en las costillas me sacó el aire. Como pude, logré tomarlo, agarrarme de su suéter a la altura del pecho y empecé a tirar golpes. Solo pude asestar dos directos en su rostro. Caí al piso y sentí otra patada a la altura de los riñones. Vi que dos compañeros (el Topo y Charizard) se levantaron y casi lo matan.
Esa tarde nos ocupó a todos esperando en la comisaría.
Meses después, me crucé con el que le contaba todo al dueño. Estaba haciendo una changa como peón de albañil, arrastrando baldes de mezcla. Me contó que por suerte agarró esa changuita, ya que el dueño de la constructora había estafado a cinco clientes —vendió las casas pero no las construyó— y con esa plata se fue a vivir a España.
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