Absueltos que aplauden.
Sí, ellos aplauden motivos desconocidos.
Es gratis vivir así, desligados de todo.
La gran obra maestra es haberte convertido en juez, jurado y verdugo, sin haberlo logrado vos mismo: un regalo del cielo, no buscado, pero aprovechado con goce y enojo.
Con énfasis, el derecho no pedido de ciudadano.
Nadie pelea por nada.
El problema de aplaudir a un conglomerado desconocido es que, al hacerlo, abogás por tu propia guillotina.
Una guillotina que no lleva nombre alguno y que es tan indiferente como la justicia misma.
La justicia, en su concepto puro, filosofía y teoría, no es más que un adorno: un marco teórico para ilusos y drogadictos.
No se trata de apoyar el crimen ni de justificarlo.
Se trata de encauzar el diálogo: poder ejercido por humanos contra humanos.
¡Cuidado! Porque no estás exento de ser pobre.O de ser un estúpido.
En ambos casos, sufrirás tu propio aplauso.
Detras de un aplauso
Las soluciones inadecuadas nacen de bocas comunes, bocas esclavas.
El olvido como premonición, y la voz cualquiera como motor.
Un tipo común, una mujer común, ancianos comunes: piden muerte, piden bombas.
Derrumbar un edificio con todos los presos adentro.
«No se pierde nada», «por algo están ahí», «se lo merecen».
Confianza ciega.
El poder excita y se autoexcita.
Te da lo que querés, pero para la justicia, el hecho de que aplaudas sin contexto ni pruebas es: «el fin justificando los medios».
Muchas veces, solo un lugar y un momento equivocado son suficientes para caer en prisión.
No tener nada en la billetera incrementa las posibilidades.
Miles de inocentes están tras las rejas en este país.
No es cuestión de ser estúpido: es cuestión de ver el funcionamiento judicial.
Los fiscales aman encerrar, sin análisis.
Todo el supuesto de una causa es un supuesto (cuando se trata de inocentes).
Pero, ¿cómo puede una persona suponer las acciones y motivaciones que caen como acusaciones sobre el inocente?
¿Cómo hace un rico para imaginar dónde come, dónde caga, cómo duerme un pobre?
¿Qué sueña su alma? ¿Qué supuesto lo encierra?
Foucault sugería que cierta «alma» lograba hacerse cuerpo, y la justicia es adicta a esa clase de alma, al punto tal de necesitar inventar causas.
También es importante preguntarse:
¿de dónde nace el deseo de venganza de los aplaudidores?
¿Cómo se llega al enceguecimiento de no reconocer inocentes de culpables?
La historia de la evolución del poder logra hacerte a vos, víctima.
La deuda es con la sociedad, con vos, hombre bueno y noble.
En esto emerge una trampa de doble filo.
Por un lado, seas inocente o culpable, tu deuda es con todos.
Al ser la sociedad la víctima, es esa masa infinita la que comienza a juzgarte.
Extraños al victimario, con el derecho y el privilegio del perdón.
Por otro lado, al generalizar, se corre el peligro de cometer una absolución.
Pero ojo: este movimiento está calculado.
Quien condena es la sociedad (en ese riesgo de auto-absolución judicial), y no el debido proceso.
Toda causa parece una etapa para y por la sociedad, un comunicado al público general.
Así, la justicia se convierte en un mecanismo perverso que necesita darle respuestas a la sociedad, y ya no tanto determinar objetivamente la culpabilidad.
Seguí aplaudiendo, querido.
Pero no te olvides: si jugamos tu sangre, no vamos a encontrar pureza.
Solo tenés la economía para no estar en el momento exacto.
Como un allanamiento a un amigo.
No hay inocentes.
Nuestra naturaleza es el error.
El funcionamiento actual de nuestro país se parece mucho a la expansión y al seguimiento étnico de los nazis.
La única diferencia: no extermina.
Me baso en que el condenado no solo sufre en cuerpo y alma.
Sus familiares también reciben la condena social.
Sus amistades se interrogan:
—¿Quiero seguir siendo parte de ese círculo?
—¿Es correcto?
—¿Me traerá problemas?
Todo sueño y toda alma desaparecen.
Si la condena no fuera social, quizás la justicia se tomaría más tiempo en decidir si arruina o no una vida, si realmente lo merece.
Siguiendo con este modelo (con facetas nazis de la Segunda Guerra), la gente «de a pie» no sabe que puede ser perseguida por casi cualquier cosa.
Un engaño, una actitud egoísta, una pequeña ventaja, un castigo parental, un crimen atroz, cruzar por donde no debías, ser vecino de alguien, saludar, sonreír, felicitar con un apretón de manos a un criminal menor, casi insignificante: cualquiera de estas cosas puede convertirte en el mayor monstruo sobre la tierra para cualquier fiscal de turno.
No hay una línea delgada.
No hay gran trazo.
Toda investigación carece del intelecto suficiente para lograr parcialidad.
Estar o no en prisión depende de un momento, un lugar, un cruce casual.
Y, nunca lo olvides, de tu economía.
El egoísmo, la trampa, la cobardía y el amor son nuestras monedas.
Estoy seguro: si cualquier fiscal tuviera acceso a la cotidianidad y privacidad de cada persona, el 95% de la civilización humana, por el más mínimo detalle, conocería la prisión.
«El grado de civilización de una sociedad de mide por el trato que es a sus presos». -Dostoyevski.
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